Nuestra ley electoral vigente hasta el momento —lo digo porque hay quienes, abominando de la Transición, pretenden hacer tábula rasa; es decir, borrón y cuenta nueva con el sistema que nos rige desde hace casi cuatro décadas y que nos permitió pasar de un régimen dictatorial a una democracia parlamentaria sin los traumas que vaticinaban los agoreros—, contempla que las vísperas electorales están dedicadas a la reflexión. Esa jornada significa que la campaña electoral se ha dado por concluida, al menos en lo que a la petición pública del voto se refiere. Es un día en el que se han apagado los altavoces que daban intensidad a los mensajes proclamados en los actos organizados por los partidos, se han terminado las caravanas electorales y los candidatos se apartan de los focos, buscando la intimidad familiar o el contacto con un reducido número de amigos. Se supone que los votantes están reflexionando. Eso de la reflexión no me lo creo ni mucho ni poco. Los hispanos, dicho sea con carácter general, tenemos más tendencia a embestir que a reflexionar; más a la vocinglería alterada que al pensamiento sosegado. Quizá esa sea la causa por la que he oído en multitud de ocasiones que esto de la jornada de reflexión es una chorrada en el sentido de necedad o cosa de poca importancia. Quienes sustentan esa opinión defienden que quien va a acudir al encuentro con la urna tiene decidido el voto y quien no va a votar, no tiene necesidad de reflexionar. Cuando he argumentado señalando que siempre hay indecisos o que poner aunque sólo sean veinticuatro horas de distancia al fárrago de la campaña no es mala cosa, la respuesta ha sido, casi invariablemente, la misma: ¡Bah, eso es una pamplina!
Hete aquí, sin embargo, que en las circunstancias presentes la jornada de reflexión adquiera un valor desconocido hasta ahora. Si las encuestas no andan desencaminadas, cosa por otra parte bastante probable, los indecisos son muchos, tantos como la friolera del cuarenta por ciento de quienes han decidido ir a votar no lo tiene claro, al menos no lo tenía hasta el momento en que se hicieron públicas las últimas encuestas. La reflexión, que siempre resulta aconsejable, es por lo tanto un asunto muy serio de cara a la jornada electoral de mañana. El abanico de posibilidades que están abiertas de cara a la formación de un futuro gobierno es muy amplio. Podrían articularse hasta cinco posibilidades diferentes de acuerdos postelectorales entre los partidos. Pero no sólo eso, también se podrían configurar gobiernos con planteamientos muy diferentes y eso es algo inédito hasta ahora en España.
En esta jornada de reflexión lo importante no es que haya un puñado de escaños bailando entre los diversos destinatarios, sino que tenemos ante nosotros la posibilidad de que se articulen gobiernos con planteamientos muy distintos. Lo digo porque las diferencias que han separado a socialistas y populares, como pilares del bipartidismo, siendo importantes no entraban en consideraciones sobre el modelo de Estado. Era el mismo con recetas diferentes y que, en algunos terrenos, tenían ciertas similitudes. La situación que se afronta mañana es distinta. Esperemos que haya mucho de reflexión y no nos dé por embestir. La Historia, esa gran desconocida para los que Paco Robles califica como logsianos, nos ofrece ejemplos verdaderamente dramáticos y que llevaron a alguien como Ortega y Gasset, que tenía como oficio reflexionar, a decir: «No es esto, no es esto».
(Publicada en ABC Córdoba el 19 de diciembre de 2015 en esta dirección)